martes, 5 de abril de 2011

ELLOS Y ELLAS


ELLAS Y ELLOS

Sonó el timbre que anunciaba el inicio del recreo. Los alumnos comenzaron a cerrar sus carpetas y a guardar los bolígrafos en los estuches. La profesora preguntó si habían tenido tiempo para terminar la redacción y la mayoría respondió no, que ya se la entregarían en la próxima clase.
Carlos cogió con las dos manos el folio escrito a lápiz plagado de tachaduras y dibujos, se fijó en Julia una vez más sin que ella se diera cuenta y comenzó a leerlo en silencio.

“”Julia está cada día más buena. Tiene un cuerpo 10 en bañado res morena, ni alta ni baja.
Lleva el pelo corto como un chico, pero con un toque bastante femenino.
Sus ojos son grandes y oscuros. Algunas veces tuerce un poco la boca y se muerde el labio; es un gesto estudiado. Luego tenemos su voz: es agradable; fuerte y dulce al mismo tiempo.
Pero lo mejor de Julia es su personalidad. Ya no es ninguna niña. Se enrolla bien. Puedes hablar con ella de cualquier cosa. Lo malo es que se lo tiene un poco creído.””

Isabel, la profesora, se había acercado hasta la mesa de Carlos con algunos ejercicios de otros compañeros en la mano. -¿Me lo das? -preguntó amistosamente.
-No, éste no -respondió él con gesto simpático. Isabel disfrutaba leyendo los trabajos de Carlos. Eran diferentes a los delos otros alumnos. Cuando los corregía, escribía al lado de la calificación coletillas como “tiene vida”, “muy original”, e incluso “extraordinario”, “sensacional”, me ha emocionado”. -Venga hombre, déjame que le eche un vistazo.-Que no, que no -negó esta vez más serio-. Que me ha salido un churro. Mañana le traigo un buen retrato de... del Caníbal, si le parece bien. El titular de semejante apodo no era otro que el director del centro. -No, a don Mateo déjamelo tranquilo. Si quieres, intenta retratarme a mí. A Carlos le sorprendió la propuesta, pero no tardó en reaccionar. -Vale, eso está hecho. -Y ya de paso me quitas alguna arruga y estas canas que me salen aquí arriba. -No hay problema; váyase tranquila que la voy a dejar todo lo guapa que es usted. La profesora volvió a sonreír. Dio al chico una palmadita en la espalda, cerró su cartera y se despidió hasta el día siguiente. En el aula sólo quedaron Carlos, Julia; sus amigas Cristina, Tere y Gema; y un par de jóvenes más. Carlos se levantó. Abrió una de las ventanas y asomó al exterior buena parte del cuerpo de la cintura para arriba. El tibio sol de aquella mañana de mayo proporcionaba a su alborotada cabellera de color castaño y a sus ojos marrones un tono dorado. Echándose hacia atrás con suavidad respiró el olor de la hierba recién segada, escuchó el trino de dos gorriones que jugueteaban en el saledizo del tejado, sintió la caricia del sol en sus mejillas y, al mirar otra vez hacia adelante, divisó las hojas verdes en los chopos del cauce del río. “Ya es primavera”, pensó, e inmediatamente brotaron de su memoria aquellas palabras que le gustaba repetir cuando era más pequeño: “la primavera ha venido y nadie sabe cómo ha sido”.
Después, acudieron a su mente imágenes de jardines y céspedes plagados de margaritas; del vuelo indeciso de abejas y mariposas; de paseos por el campo en busca de nidos o plantas para elaborar un herbario; de atardeceres más largos...“¿Cómo será esta primavera?...”, se preguntó luego .Alguien se le acercó sigilosamente por la espalda. -¡Salta, conejo! Era Pedro, con su sobre camisa vaquera al hombro. -¡Tío, me has asustado! ¿Oye, vaya horas de venir, no? -Calla y mira esto -respondió el muchacho, y extrajo algo de uno de sus bolsillos.
Era una caja metálica del tamaño de un monedero. La abrió con cuidado y en su interior aparecieron, ordenados en diferentes compartimentos, unos cuantos anzuelos adornados con hilos y plumillas de colores. -¡Ya están hechas! -exclamó Carlos. -Media docena de tricópteros y cuatro efímeras dánicas. Con estas moscas no se nos resiste ni la trucha más vieja y lista que haya en el río. -Ésta te ha quedado de miedo -admitió el más joven de los dos, y señaló la que presentaba una mayor gama de tonos azafranados. -Sí, ésta es la mejor. Fíjate en las alas: me he tirado más de media hora para montárselas. Nada más decir esto y prenderla con la punta de los dedos se le cayó al suelo. -¡Cagüen diez! -Tranqui, que está aquí -la vio Carlos y se agachó a recogerla. -Anda, ¿y esos zapatos tan chulos? –preguntó Pedro. -No son zapatos, ceporro. Eran unas botas de piel marrón. Parecían cosidas a mano; sus cordones llegaban hasta más arriba del tobillo. -Me las ha regalado mi tío, el australiano. Ha venido a pasar unos días. -Son guapas. Éstas te duran toda la vida. -Sí, moriré con ellas puestas -bromeó Carlos-. Cuando vaya allí traeré unas iguales para ti.
Su amigo le miró desconcertado. -¿Entonces, va en serio lo de marcharte con él? -Qué va, todavía no lo sé. Carlos volvió a asomarse a la ventana, respiró hondo y expulsó el air el lentamente. -¿Qué opinan tus viejos? -inquirió Pedro. -Mi padre dice que adelante, que ya le ayudarán en la pollería mis otros dos hermanos. Mi madre es la que pone más pegas... Ayer se me sentó un rato a hablar del tema y terminó llorando como una descosida.
-¿Y tú, cómo lo ves? -Por un lado, lo veo bien. Mi tío ha dicho que allí podría seguir estudiando, y al mismo tiempo, aprender a llevar el rancho. Pero por otro... ¡Uf, está
tan lejos!... Pedro agachó la cabeza, y moviéndola hacia los dos lados expresó su
parecer: -Te veo de ranchero en Australia, querido Charles. -¡Vente conmigo; hay sitio para los dos! -y pidió con un gesto a su compañero que dijera que sí. -Ni loco; allí no hay truchas. -¡Pero podemos ir a pescar tiburones y pez espada! -No es lo mismo -resolvió Pedro después de chascar la lengua. Carlos quería haber dejado bien claro que aún no tenía nada decidido, que se lo iba a pensar detenidamente durante el verano; pero le interrumpió el hermano pequeño de Julia, que venía con otros dos chiquillos. -¿Eh, me compras un bocata? Carlos se alegró al ver a Javi. -¿Cuántos te has comido hoy ya, bribón? –Uno respondió el niño-. Bueno, y un trocillo del de Juan -añadió, y pasó la mano sobre la coronilla del más bajo de sus acompañantes. -A ver, levántate la camiseta. El pequeño, presto, les enseñó su oronda barriga. -¿Sólo uno y un trocillo? -se extrañó Pedro- ¡Ahí dentro tienes, por lo menos, dos bocadillos, un  paquete de gusanitos, una chocolatina y media docena de caramelos! Los otros dos niños rieron.
-¡Que tengo hambre, joé! Julia, Tere, Cristina y Gema observaban muy atentas cómo se las entendían
Carlos y Pedro con los pequeños. -Pues diréis lo que queráis -requirió Tere la atención de sus amigas-; pero a Pedro, con ese corte a maquinilla, me lo han dejado hecho un San José. -De eso nada -replicó Cristina-; ha perdido medio punto en la escala Richter. Julia preguntó a Gema qué le parecía a ella, que era la más interesada. -Jo, no sé, le queda superbién –respondió tras quitarse las gafas-. Pero antes. con esos rizos que le salían también estaba muy mono. -¡Ay, para ya quieta con el pelo, que me pones nerviosa! -le recriminó Tere. Gema tenía la manía de echarse a un lado, muy a menudo, su rubia melena. -Y tú podrías dejar de toquetear ese arito que te has puesto en la nariz, y sacarte el lápiz de la boca -reprochó Cristina a Tere. -¡Uy, habló la mosquita muerta! Me como el lápiz porque no tengo otra
cosa mejor que comerme. Tere se dio cuenta enseguida de que había ofendido a sus compañeras.
-Es que... me ha venido la regla y estoy un poco alterada. -Que no nos hemos enfadado, tonta -respondió rápidamente Cristina. -Dame un besillo, Geminguay. Tú también, Cris. Las dos se arrimaron a dárselo.
Julia no había vuelto a intervenir. No quería perder de vista lo que hacía su hermano.
-¡Javi, ven aquí ahora mismo! –le ordenó en el momento en que vio que Carlos iba a darle unas monedas. -¡Que vengas pitando! -repitió al comprobar que se hacía el remolón. Carlos le recomendó que obedeciera a Julia. El pequeño, que sabía que no debía hacer rabiar a su hermana, hizo caso. -¡Jo, es que tengo hambre! -se quejó el niño con voz lastimera al llegar a su lado. Julia se agachó, le puso bien la camiseta y le instó a que se fuera a jugar al patio y no molestara más. -Javi, como sigas comiendo tanto no vas a caber por la puerta, y además no te van a querer las niñas -interrumpió Cristina con algo de guasa. -¡Tú coja, te callas!
Cristina no respondió. Gema y Tere quedaron mudas. Carlos y Pedro no estaban atentos porque habían reanudado su conversación. Julia se incorporó, Javi se cubrió la cara creyendo que su hermana iba a propinarle un sopapo y entonces intervino Cristina: -Ven, acércate.
El pequeño acató el mandato sumisamente, y antes de que la joven volviera a pronunciarse, alegó lo siguiente: -Cris, perdona, ya sé que me he pasado. -¡Vaya si te has pasado –habló Tere-; por lo menos un pueblo y dos gasolineras!
A continuación, Javi arqueó las cejas y añadió moviendo afirmativamente la cabeza y convencido:
-La verdad es que lo de la pierna casi no se te nota. -Y a ti tampoco la tripilla, tonto.
Tras decir esto, Cristina hizo un gesto muy suyo: entreabrió los ojos, unió sus finos labios y dibujó en el rostro una sonrisa llena de placidez. -Eres la más guapa de las cuatro –saltó el crío de repente.
-¿De veras? -Sí, tienes cara de muñeca. -¡Vaya piropo! -exclamó Gema. Tere soltó una carcajada y luego suspiró. Julia puso cara de estar sorprendida. -Cuando seas mayor, ¿querrás ser mi novio? -preguntó Cristina. -Sí, pero no creo que me parezca a ese de la carpeta. Javi señaló la foto de un actor de moda. Junto a ella había otras fotos más pequeñas de cantantes, modelos publicitarios masculinos y un dibujo de Snoopy. -¡Esa es la carpeta de Gema! -aclaró Cristina. Sin esperar la contestación del niño, Tere intervino: -Venga Javi, no seas loro; déjanos solas, que tenemos que hablar de nuestras cosas.
-Ya va a ser la hora de volver a clase -advirtió Julia a su hermano-, así que no pidas dinero a nadie para comprar nada. El pequeño farfulló algo, hizo un gesto a sus acompañantes y se despidió desenvolviendo una piruleta. El aula permanecía semivacía, aunque ya comenzaban a entrar algunos compañeros que daban por finalizado el recreo. -Bueno, a lo nuestro -continuó Tere-. Estábamos en que Pedro, después del pelado que le han hecho con la moto sierra, ya sólo nos gusta a Gema y a mí, ¿no? Pues muy bien –sentenció con magnanimidad:- para ti todo, Geminguay. -¿Y con Carlos qué hacemos? -preguntó Cristina. -¡Uy, a Carlos no lo vendo! -respondió Tere, al tiempo que cogía un folio y se abanicaba majestuosamente-. Si es que... ¡mirad que culito tiene! -La verdad es que está un rato bueno -concedió Gema-, como un queso. -Pero esas posturas que se marca para que le veamos los musculitos se las tiene muy ensayadas -repuso Cristina. Tere explotó la pompa que acababa de hacer con el chicle: -Le gusta que le bailen el agua. Luego se dirigió a Julia: -¡Tú: que estás muy calladita! -Sin comentarios...
-¿A ver, a ti, de verdad de verdad, qué es lo que más te mola de Carlos? -le preguntó Gema.
Julia se lo pensó un instante; a continuación, mirando al chico, se mordió el labio y respondió: -Me gusta esa sonrisa pícara que tiene. -Tú si que eres picarona -saltó Tere-; que no dices nada, pero estás que se te cae la baba por él. -¿A quién, a mí? -Sí, a ti -la acusó Cristina. -Estáis muy equivocadas, queridas -negó Julia con tono misterioso. En ese momento sonó el timbre y fueron entrando en el aula las chicas chicos que estaban esperando fuera seguidos por Andrés. Las cuatro amigas decidieron dejar aparcada su conversación.
Andrés, el profesor que impartía las asignaturas relacionadas con filosofía y ética, era uno de los favoritos de los alumnos. Aparentaba rondar los cincuenta años, aunque resultaba difícil precisar su edad. Tenía una gran mata de pelo gris y blanco, y una barba rala también encanecida. Le gustaba vestir
con gruesas chaquetas de lana y pantalones holgados de pana o de loneta. Por lo demás, era muy raro verlo triste o malhumorado, aunque tampoco podría decirse que su imagen era la de un hombre dichoso o alegre. Mientras esperaba que los chavales terminaran de mover las mesas y las sillas, de seguir hablando entre ellos y de sentarse, el profesor acudió despacio a la ventana que tenía más cerca y dejó que su mirada se perdiera en algún punto del exterior. Al cabo de unos instantes, cuando ya todos se habían callado, empezó a hablar: -Días como estos no se hicieron para ir a la escuela. Luego, añadió con gesto solemne: -...Eso decía mi amigo Tomas Sawyer. Un muchacho del fondo preguntó si lo que la frase quería decir es que podían irse a casa. Andrés respondió que no, que días como ese tampoco se
habían hecho para estar en casa, y que ya que habían venido, aprovecharía para tener una clase con ellos.
-A propósito, ¿quién falta? -preguntó después de echar un vistazo por todas las mesas. No hubo respuesta. -Falta Roberto, para variar. ¿Alguien más? -Falta también Íñigo -contestó Jordi.-Jorge López, eres un chivato -lo acusó Manolo, enfundado en su chándal del Real Madrid, que a diario sólo alternaba con otro de la Selección española de fútbol. -¡Es un pelota! –alzó la voz Tere desde la otra punta -Es que... me ha pedido que le dijera que tenía que ir al dentista, y que igual no llegaba a tiempo. -Sí, y el porro que estaba fumando con Roberto debajo del puente era la anestesia -murmuró Pedro, con cuidado para que sólo lo oyeran los que se encontraban más cerca de él. Andrés pidió a Manolo que se sentara como es debido. El muchacho, respetuoso, dejó caer su corpachón, y con él la silla hacia delante.
-Bien -continuó el profesor-. Lo que quisiera hacer hoy es repasar con vuestra ayuda algunas cuestiones que ya hemos tratado a lo largo del curso. Los chavales mostraron cierto desánimo. -Después, comentaré lo que nos queda por ver este trimestre y os hablaré de un trabajo que debéis realizar. Nada más oír la palabra “trabajo”, todos comenzaron a gesticular y a hacer patente con un variado repertorio de interjecciones su desagrado. -¿Puede decirnos en qué consiste? -preguntó Jordi. -Lo sabréis un poco más tarde -respondió el profesor-. Antes debemos situarnos y tener en cuenta una serie de ideas que nos ayudarán a entender mejor por qué es realmente interesante este trabajo que vais a hacer, ¿de acuerdo? Jordi asintió con la cabeza. -Estupendo -concluyó el hombre, mientras sacaba de su archivador unas cartulinas que utilizaba a modo de guiones-. Pues entonces, empecemos ya.
Este texto está escrito en la forma cómo hablan algunos españoles. No es tan importante la forma sino el fondo de la discusión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario