miércoles, 13 de julio de 2011

RECUPERACIÓN RELIGIÓN GRADO DECIMO SEGUNDO PERIODO

RECUPERACIÓN RELIGIÓN GRADO DECIMO SEGUNDO PERIODO


1. Es una forma de dominación ya que exige o pide la obediencia de los demás. Persigue la obediencia por la obediencia. Su objetivo es hacer una persona sumisa, esclavo sin iniciativa. Este postulado describe a una persona??

2. Qué significa que una persona tenga autoridad??

3. Explique lo que significa honrar a padre y madre




1. Es una forma de dominación ya que exige o pide la obediencia de los demás. Persigue la obediencia por la obediencia. Su objetivo es hacer una persona sumisa, esclavo sin iniciativa. Este postulado describe a una persona??

2. Qué significa que una persona tenga autoridad??

3. Explique lo que significa honrar a padre y madre

RECUPRACIÓN RELIGIÓN GRADO UNDECIMO SEGUNDO PERIODO

RECUPERACIÓN RELIGIÓN GRADO UNDECIMO SEGUNDO PERIODO




1. Explique la frase amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo?

2. Explique según Fernando Savater lo que significa amar a Dios sobre todas las cosas

RECUPERACIÓN ETICA SEGUNDO PERIODO GRADO UNDECIMO

RECUPERACIÓN DE ETICA PARA GRADO UNDECIMO


SEGUNDO PERIODO

Debes enviar las respuestas al correo interno esmeraldita43@gmail.com hasta las 24 horas del día 14 de Julio



1.Explica Lo que significa la violencia domestica?

2.De que se trata la feminización de la pobreza?

3. Que significa la frase a mayor riqueza en una región y mayor inequidad en su distribución, mayor probabilidad de violencia.

lunes, 11 de julio de 2011

RECUPERACIÓN: LA ETICA Y LA MORAL. GRADO DECIMO

RECUPERACIÓN ETICA. LA ETICA Y LA MORAL



Debes leer la guía número 2: Ética y Moral y responder las siguientes preguntas

Debes enviar tu recuperación al correo interno esmeraldita43@ gmail.com con tu nombre, apellido y el grado al que perteneces. Tiempo limite: Hasta las 24 horas del día 14 de Julio



1. Explica la diferencia entre ética y moral

2. Escribe algunas inmoralidades en Colombia

3. Es el hombre un ser moral, o amoral? Argumenta

4. Explica la relación entre moralidad y legalidad

5. Qué criterios debemos usar para decidir si una ley es inmoral?

6. Explica los términos autonomía y heteronomía

7. Qué entendemos por consciencia moral?

8. Qué dificultad y qué ventaja aporta el hecho de que haya muchas teorías éticas?

9. Haz una clasificación de las distintas teorías éticas vistas hasta este momento en clase. Explícalas y nombra un filósofo que represente alguna de ellas.

10. Explica la ética discursiva.

LOS SOFISTAS Y SOCRATES, GRADO DECIMO

LOS SOFISTAS Y SÓCRATES.

El objetivo es que conozcan el contexto histórico en el cual surgen las primeras teorías éticas, y acercarse al pensamiento de Sócrates.

Metodología: Competencia lectora. Después de leer el texto detenidamente contestar las preguntas al final



Tal y como habían acordado, Carlos y Pedro se reunieron después de comer en la puerta de la biblioteca municipal. Los dos llegaron en sus bicicletas de montaña con una mochila a la espalda en la que portaban todos los útiles necesarios para después ir a pescar, incluidas las cañas, debidamente desmontadas y guardadas en sendos tubos de plástico.

-¿Seguro que abrían a las cuatro y media? -cuestionó Pedro mientras unía las dos bicicletas a la verja con una cadena.

-Que sí, que ya está abierta.

-Pues venga, a ver si acabamos pronto, que va a quedar una tarde estupenda para probar los cebos nuevos.

-Por cierto, ¿has pillado algo en casa? -preguntó Carlos al entrar en el edificio.

-¡Qué va, no me ha dado tiempo a mirar!

-Yo he buscado en Internet, pero no entendía nada.

-No importa, digo yo que aquí tendrán algún material que nos valga...

En la sala de lectura, la bibliotecaria estaba subida a una escalera de aluminio colocando algunos libros. No había nadie más. Los dos muchachos se acercaron a ella y le preguntaron por lo que buscaban. La mujer bajó los las escaleras hasta llegar al suelo.

-¿Sócrates y los sofistas? -miró a ninguna parte-. Veamos si hay algo en la sección de filosofía.

Los tres se dirigieron a una estantería al fondo de la sala. En ella se hallaban las obras más significativas de la historia del pensamiento, junto con unas cuantas monografías sobre diferentes filósofos y cuestiones filosóficas.

La mujer efectuó un breve repaso con el dedo índice y seleccionó cuatro volúmenes.

-Yo creo que con esto vais a tener suficiente: un diccionario filosófico, el tomo dedicado a la Antigüedad de esta buena enciclopedia, un pequeño estudio sobre Sócrates, y otro sobre Sócrates y los sofistas.

-Bueno, pues vamos a sentarnos a echar una ojeada -dijo Carlos-. Ah, y muchas gracias.

-Si necesitáis algo más no dudéis en pedírmelo. Da gusto ver a unos jovencitos tan bellos como vosotros interesándose por estos temas.

Los dos chicos se sentaron en una mesa alargada para diez o doce personas.

Pedro salió un momento a la taquilla para buscar un par de bolígrafos.

Cuando regresó, Carlos le propuso leer dos páginas de la enciclopedia en las que se exponía una caracterización general de los sofistas, en tanto que él tomaba algunas notas del librito dedicado a Sócrates.

-Trae acá -accedió Pedro.

-Venga, vamos al lío, que no hay que hacer esperar a las truchas.

En cuanto oyó la palabra “truchas”, Pedro atrajo hacia sí el tomo y empezó a leer con avidez:

Los sofistas.

Nos encontramos en Grecia, en la segunda mitad del siglo V a. C. El enemigo persa, tras una larga serie de batallas, al fin ha sido derrotado.

Este hecho, unido a un creciente desarrollo de la agricultura y del comercio, traerá consigo la llega de unas décadas de prosperidad y esplendor.

En las polis o ciudades-estado se han establecido regímenes de gobierno que intentan imitar el modelo de democracia instaurado por Solón en el 594 a. C. Pero es en Atenas, centro cultural por excelencia, bajo la tutela de Pericles, donde la democracia adquiere su máxima expresión.

En este enclave a orillas del mar Egeo, en efecto, todos los hombres libres mayores de veinte años pueden intervenir en las Asambleas en las que se toman las decisiones relativas al gobierno. También pueden ser elegidos representantes en una especie de parlamento, en el Consejo de los Quinientos; incluso pueden formar parte de los tribunales de justicia...

Por ello en Atenas, más que en cualquier otro sitio, puede resultar muy conveniente ser un buen orador, ser alguien con cierta cultura, alguien capaz de convencer a los demás haciendo uso de la palabra. Pues bien, justamente para cubrir este tipo de necesidades es para lo que van recalando en Atenas los sofistas.

Los sofistas son profesores itinerantes. Viajan de un lugar a otro reuniendo conocimientos sobre las diferentes culturas que encuentran a su paso. Se consideran “sabios”, al menos si por “sabio” se entiende lo que la palabra significó al principio: aquél que enseña a las personas a desempeñar con habilidad una función determinada que contribuye al desarrollo de la vida en comunidad. Su programa educativo comprende materias de lo más variadas. Hipias, por ejemplo, gran erudito donde los haya, impartirá lecciones de geometría, astronomía, música, mnemotecnia, gramática, interpretación e historia.

Pero donde realmente destacan todos los sofistas es en el ejercicio y en la enseñanza de la retórica.



La retórica es la disciplina que debe dominar todo aquel que quiera llegar a ser un buen político. Es el arte de persuadir por medio del lenguaje al que escucha. La retórica no se preocupa de si los argumentos expuestos en un discurso son verdaderos o falsos. Lo único que le interesa es que el discurso resulte elocuente y convenza.

La mayoría de los sofistas ofrecían sus servicios a cambio de importantes cantidades de dinero. Sus clientes solían ser ciudadanos jóvenes pertenecientes a familias acomodadas que pretendían ganar todos los pleitos en los tribunales con vistas a enriquecerse y a adquirir cada vez más poder. Por eso, y porque los sofistas se alejaban de la búsqueda de la verdad que caracterizaba a los filósofos, pronto adquirieron una mala reputación.

Platón fue uno de los autores que más contribuyó a ello. En muchas de sus obras nos los presenta como enemigos de su maestro, Sócrates, quienes no hacen otra cosa que intentar engañar o embaucar a la gente con falsos razonamientos. No obstante, lo cierto es que los primeros sofistas como Protágoras, Gorgias, Hipias o Pródico fueron siempre respetados y admirados. En cambio, la generación posterior, en la que se incluirían, entre otros, Antifonte, Dionisodoro, Pólux, Calicles o Trasímaco, corrió peor suerte. En cualquier caso, se ha de admitir que aunque ha habido momentos en los que estos personajes han sido muy mal considerados, hoy se tiende a aceptar que fueron maestros de cultura e introductores del modo de pensar relativista, asunto éste del que nos ocuparemos a la hora de abordar su teoría ética.

Recién terminada la lectura de estas líneas, Pedro sacó a Carlos de su estado de concentración:

-Aquí viene bien explicado quiénes eran los sofistas.

-¿Sí?

-Eran unos tíos muy listos -comenzó a memorizar Pedro-. Vivían en la

Antigua Grecia. Sabían utilizar la retórica y por eso eran capaces de convencer a cualquiera sobre lo que ellos quisieran. Luego, abrió los ojos, arqueó las cejas y añadió: -Como los políticos que salen en la tele, que se ponen a hablar y todo uno termina creyendo lo que cuentan y votando por ellos. -Vamos, que sabían vender la moto.-Exacto, y si les pagabas, te daban unas clases ¡y a triunfar en las Asambleas! -Muy bien Pedrito, ahora dime cuál era su teoría ética.

-Ahí no he llegado todavía, pero está aquí, a continuación. Pedro señaló con el dedo un epígrafe a la mitad de la página.-Eso es lo más importante -advirtió Carlos. -Ya, pero Andrés dijo que también había que incluir una pequeña introducción sobre el autor o los autores. -Es verdad. Pues lee lo que pone ahora y después haces un resumen de las dos partes. Y no lo calques al pie de la letra, que lo que él quiere es que expresemos lo que hemos entendido con nuestras propias palabras. -“No problem” –consintió Pedro; luego, se interesó por el trabajo de su compañero:-¿Qué tal vas tú? -Bien, estoy apuntando algunos datos. Cuando acabe te los leo. ¡Tira millas! -le animó su amigo, y acto seguido reanudó la lectura en el punto en que la había dejado interrumpida:

La teoría ética de los sofistas: relatividad del bien.

Aunque un buen número de estudiosos suele conceder a Sócrates el mérito de haber promovido el surgimiento de la ética, lo cierto es que semejante distinción también podemos atribuírsela, sin temor a equivocarnos, a los sofistas.

Los sofistas son los primeros autores que se dedican a reflexionar sobre cuestiones de carácter moral.

Algunas de estas cuestiones debieron de ser expresadas mediante preguntas similares a estas: ¿por qué algunas acciones se consideran buenas en unos lugares y malas en otros? ¿Por qué en Esparta se considera bueno deshacerse de las criaturas que presentan malformaciones al nacer, y por qué en Atenas no? ¿Por qué los egipcios consideran que está bien que algunas personas sean enterradas vivas junto al faraón que ha fallecido, y los griegos lo tienen por un acto de suma crueldad?

Pero la cuestión moral que más atraerá la atención de nuestros “sabios” será la que hace referencia a si las normas morales son normas universales establecidas por la naturaleza o son más bien normas creadas por los hombres que pueden variar de una comunidad a otra. En cualquier caso, lo más importante es que, al hacerse preguntas de este tipo, lo que los sofistas pretenden es averiguar, ni más ni menos, qué está bien y qué está mal.

Pretenden, en suma, elaborar una teoría ética que nos aclare lo que tenemos que hacer para lograr una buena vida. Pues bien, después de haber viajado y haber estado en contacto con muchos pueblos con tradiciones culturales diferentes; después de haber pensado y discutido con amplitud en torno a este asunto, las conclusiones a las que van a llegar son las siguientes.

Primera. Sólo hay dos cosas que se pueden considerar absolutamente buenas y que, como tales, nos ayudan a conseguir la felicidad: cumplir con las leyes de la naturaleza y cumplir con las leyes de los hombres. Las leyes de la naturaleza a las que se alude son concretamente dos.

Una es la que defiende que debemos procurarnos todo aquello que nos produce placer en la medida que nos sea posible. La otra prescribe o determina que lo justo es que el fuerte domine al débil. Así pues, lo que se afirma es que cualquier persona, naturalmente, encontrará la felicidad si le gusta comer y come, si le gusta beber y bebe, si le gusta fumar y fuma, si le gusta dormir y duerme... Igualmente, será feliz si ejerce el mando sobre los que son inferiores a él, y se somete a las órdenes de quienes le son superiores.

En lo que se refiere a las leyes establecidas por los hombres, los sofistas mantienen que acatarlas siempre será bueno, porque al hacerlo respetamos los acuerdos –eso son las leyes- a los que hemos llegado las personas a través del diálogo para mejorar la vida en comunidad.

¿Y qué ocurre cuando entran en conflicto la ley natural y la ley de los hombres? ¿Qué sucede cuando, por ejemplo, la ley natural me impulsa a tomar un baño en una piscina privada, y las leyes de mi comunidad indican que no debemos usar las propiedades de los demás sin su consentimiento?

La antítesis entre naturaleza –physis- o ley natural, y ley convencional o de los hombres –nomos-, es el problema que mayor interés suscita entre los sofistas más jóvenes. Su solución consiste, desde el punto de vista de todos ellos, en atender a lo natural como lo universalmente útil, y atender a las leyes de la sociedad sólo cuando las circunstancias lo recomienden. En este sentido, postularán que cuando estemos en público, lo mejor que podemos hacer es cumplir con las leyes humanas; cuando estemos solos, sin que nadie nos vigile, lo mejor es seguir los mandatos de la naturaleza. Leamos lo que Antifonte nos dice a este respecto en su Alétheia:

“La justicia [dikaios˝ne] consiste en no transgredir los preceptos legales de la ciudad de la que uno es ciudadano. Así pues, un hombre practicará la justicia con notable provecho propio si obedece a las leyes cuando tiene testigos, mientras que si se halla solo y sin testigos ha de cumplir las leyes de la naturaleza. En efecto, los preceptos legales son impuestos; los de la naturaleza obligatorios. Los legales son producto de un pacto social, no innatos; los de la naturaleza son innatos, no productos de un pacto. De modo que quien conculca las disposiciones legales, mientras pase inadvertido a quienes establecieron el pacto, se ve libre de vergüenza y de castigo; si no pasa inadvertido, no”.

Segunda. Aparte del cumplimiento de la ley natural y de la ley de

los hombres, no hay más cosas buenas o malas en sí por siempre y para

siempre. Nadie puede asegurar qué otras cosas son invariablemente buenas

o malas para la gente de cualquier época. El bien, lo justo, lo correcto

no son algo inmutable o invariable, sino que cambia según las circunstancias.

Es lo que nos advierte Protágoras en el diálogo platónico que lleva su

nombre: “El bien aparece como algo relativo. Para los peces es vital el agua salada,

para los hombres el aire; el sano y el enfermo tienen percepciones distintas de

lo agradable y lo bueno”. (334 a-c) Lo que a uno le parece que está bien, a

otro puede parecerle que está mal. El mismo autor nos dice en su obra

Antilogías lo siguiente:

“Los macedonios consideran bello –traducible por “bueno”, “justo”,

“correcto”- que las muchachas sean amadas y se acuesten con un hombre antes de casarse, y feo después de que se hayan casado; para los griegos es tan feo lo uno como lo otro... Los masagetas hacen pedazos los (cadáveres de los) progenitores y se los comen considerando como una tumba bellísima quedar sepultados en sus propios hijos; pero si alguno hiciera esto en Grecia sería rechazado y condenado a morir cubierto de oprobio por haber cometido un acto feo y terrible. Los persas consideran bello –léase “moralmente aceptable”- que los hombres se adornen igual que las mujeres y que se unan con la hija, la madre o la hermana; en cambio, los griegos consideran feas e inmorales tales acciones”

Tercera. Lo que está bien y lo que está mal, lo que es justo y lo que es injusto, no puede establecerse siguiendo un patrón universal. Son los seres humanos quienes deben ponerse de acuerdo para determinar su consistencia. En un escrito titulado Acerca de la verdad, Protágoras proclama que “El hombre es la medida de todas las cosas”. También de las cosas morales, es de suponer. Lo bueno y lo malo tienen así carácter convencional. Son fruto de las convenciones o las decisiones a las que llegan conjuntamente los miembros de una comunidad.

De esta forma, si nos sentamos a discutir, por ejemplo, si es moralmente admisible o no que los menores de edad dispongan de elevadas cantidades de dinero para sus compras, y acordamos que no lo es, entonces quedará establecido que lo bueno es que no puedan gastar mucho dinero, y lo malo es que sí puedan hacerlo. Ahora bien, si al cabo de un tiempo acordamos lo contrario, entonces tendremos que lo bueno es que disfruten de un gran poder adquisitivo, y lo malo que no disfruten de él. Sea como fuere, nunca habrá valoraciones inmodificables. Lo que hoy nos parece que está bien quizás mañana nos parezca que está mal. La historia, bien es cierto, está plagada de ejemplos que avalan tal parecer.

Por lo demás, al hilo de esta tercera apreciación, nos encontramos con que al entender de los sofistas los acuerdos a los que llegamos los mortales son bastante razonables. Esto se debe a que todos somos iguales por naturaleza: todos estamos destinados a coincidir en lo que entendemos que es moralmente defendible o rechazable, y todos estamos destinados a la amistad y a la concordia.

Antifonte lo expresa en su obra ya citada con estas palabras:

“[A los de familia noble] los respetamos y veneramos, pero a quienes no son de familia noble, no los reverenciamos ni los respetamos. En eso nos comportamos mutuamente como bárbaros, puesto que por naturaleza todos, tanto bárbaros como griegos, estamos hechos iguales en todo”.

Pedro había llegado al final del apartado. -¿Ya has terminado? -preguntó Carlos al ver que no seguía leyendo. Pedro contestó a su amigo asintiendo suavemente con la cabeza. Estaba pensativo. Luego le lanzó una pregunta:

-¿Tú crees que hay cosas buenas y malas? -Claro que las hay. -A ver, pon un ejemplo. La respuesta no tardó en llegar: -Pues... Amarse con una mujer que este buena es bueno y estudiar matemáticas es malo. -No, en serio. -Yo qué sé...Robar es malo y ayudar a un pobre es bueno. Pedro se mostró complacido con la contestación y prosiguió: Sabes lo que opinan los sofistas? Que fijo, fijo, no hay nada bueno ni malo. Imagínate que alguien se roba un pan porque no tiene nada para dar de comer a sus hijos... O que les echas unas monedas a unos limosneros y las usa para comprar droga... -Hombre, si lo miras así... Ahora el meditabundo era Carlos. -¿Y pegar a un padre? -saltó de repente.

Un joven que se había sentado un par de mesas más allá les pidió con un gesto que guardaran silencio. Pedro bajó la voz: -¿Y si se hace en defensa propia, o para evitar que le pegue a tu madre o tire por la ventana a tu hermano?

Los dos chicos quedaron mirándose con gesto dudoso. -O sea, que el bien y el mal son relativos -terminó por decir Carlos. -Sí, dependen de lo que acordemos los hombres. Carlos le comentó a Pedro que, por lo que estaba leyendo, Sócrates tenía una teoría totalmente distinta. -Estoy con la afirmación que hace a los sofistas. Déjame ver lo que pone en estas dos páginas y luego te lo cuento. Pedro dio su conformidad. ¿Y qué hago mientras tanto? -Toma, echa un vistazo a la biografía que he preparado. Pedro cogió los dos folios escritos por ambos lados e inició su lectura:

Sócrates.

Sócrates debió de nacer en Atenas el 470 a. C. Era hijo de una comadrona. Desde muy joven se dedicó a la investigación filosófica, que él entendía como un examen incesante de sí mismo y de los demás. No escribió nada: pensaba que la auténtica filosofía, la auténtica búsqueda de la verdad, se produce a través del diálogo entre las personas, y no leyendo lo que otros han redactado, pues ya no se les puede preguntar ni pueden defenderse de las objeciones. Solo abandonó su ciudad en tres ocasiones, y lo hizo porque debía ayudar en las guerras del Peloponeso. Fue maestro de Platón y tuvo hijos con una mujer llamada Jantipa, pero en su vida apenas hubo tiempo para dedicarse a la familia. Cuentan de Sócrates que era robusto, con cabeza grande, nariz chata, y probablemente bizco. Siempre vestía con la misma ropa y en invierno iba descalzo. Era capaz de tener largas abstracciones cuando se concentraba para meditar sobre cuestiones que le salían al paso. Había en él algo misterioso, algo que inquietaba a la gente. No era algo malo, sino una especie de encanto, de belleza que provenía de su interior. Le gustaba frecuentar los lugares públicos en busca de contertulios, mejor si eran jóvenes, para charlar y suscitar algún interesante debate. Por eso mismo, porque era un gran comunicador, solían invitarlo a las celebraciones y a los banquetes. En ellos, bebía vino como el que más, pero nunca se emborrachaba. Cuando terminaban a altas horas de la noche, antes que irse a dormir, él prefería continuar conversando con cualquiera. Tenía en muy mala estima a los sofistas, sobre todo porque, a su juicio, no les interesaba el verdadero conocimiento, sino sólo deslumbrar con sus discursos retóricos. Se consideraba distinto a ellos dado que no cobraba por sus enseñanzas ni pretendía imponer sus ideas a nadie. Él proclamaba que no tenía nada que enseñar. A lo único que aspiraba era a ayudar a la gente a sacar a la luz la verdad que, en su opinión, se halla “grabada” en el interior de cada uno. En este sentido se consideraba, al igual que su madre, una “comadrona”. Para llevar adelante con éxito sus “partos” empleaba dos estrategias. Por un lado, lo que se ha dado en llamar la ironía; por otro, la mayéutica. El cometido de la ironía consistía en hacer ver al interlocutor, por medio de una serie de preguntas, el grado de su ignorancia. Sócrates pensaba que éste era el mejor punto de partida para empezar a conocer. Su primo Querefonte había preguntado en cierta ocasión al oráculo de Delfos quién era el más sabio y le había respondido que Sócrates, seguramente por decir “sólo sé que no sé nada”. Después, la mayéutica se basaba en formular una serie de preguntas que servían para que el interlocutor respondiera lo que sabía y se diera cuenta de que, en el fondo, conocía la verdad sobre el asunto tratado.

Sócrates fue denunciado ante las autoridades por cometer abuso, por no creer en las divinidades establecidas y por hablar a sus conciudadanos de un dios que nadie conocía excepto él. Se defendió alegando que su interés por los jóvenes se centraba en educarlos, y que por ello toda la ciudad debía estarle profundamente agradecida. Respecto a los dioses, mantuvo que era absurdo creer en unos seres como los caracterizados por Homero y los demás poetas; seres ridículos entregados a una vida ociosa y que causaban gran temor a los hombres. Por último, reconoció que ese dios del que hablaba él era una voz interior como la que todos podemos oír si prestamos la debida atención. Fue condenado a morir. No obstante, pudo retractarse y evitar así el castigo. Sin embargo, optó por acatar la sentencia. Algunos amigos le organizaron una fuga cuando estaba en la cárcel a la espera de ser ejecutado. Pero él, que siempre había defendido que las leyes de la ciudad debían respetarse en cualquier circunstancia, a sus setenta años, creyó que sería indigno contradecirse. Llegado el momento, plácidamente, se despidió de quienes lo acompañaban, les rogó que nunca dejaran de perseguir la verdad, y tomó la cicuta, veneno. Carlos estaba copiando un último renglón cuando Pedro le preguntó si ya terminaba. -Sí, un segundo... Ya está.

Cerró el libro que había consultado y enunció lo siguiente con solemnidad:

-“Una vida sin examen no es digna de ser vivida para el ser humano”.

-¿Y eso qué quiere decir? -Es una frase de Sócrates. Eres tú quien tiene que darle un significado... Pedro estuvo pensativo unos instantes, hasta que dijo haberla entendido. -Era un tío enrollado este Sócrates -sentenció a continuación.

-Sí, un tío majo. -¿Ya tienes su contestación a lo que decían los sofistas?

Carlos afirmó con la cabeza. -A ver, cuéntamela.

El chico tomó el lapicero como si fuera una batuta y comenzó a leer:

-Teoría ética de Sócrates: la universalidad del bien.

Sócrates, al contrario que los sofistas, opina que la areté o la virtud, o sea, el bien que nos hará felices, está establecido desde el inicio de los tiempos y se mantiene sin ninguna variación. Por mucho que cambien la realidad, las personas o las costumbres, el bien permanece inalterable. ¿Cómo podemos saber qué es o en qué consiste? Sócrates lo tiene muy claro: fiándonos de los acuerdos a los que llegan las personas, no; los convenios de la gente acerca de lo que está bien y lo que está mal se basan en las opiniones de la mayoría, y éstas, gran parte de las veces, distan mucho de ser acertadas. Sócrates piensa que las personas nos dejamos llevar por nuestras pasiones, y así, es fácil que nos equivoquemos a la hora de determinar qué está bien y qué está mal. Si a alguien, por ejemplo, se le pide que tome una decisión sobre lo que hay que hacer con un delincuente que acaba de atracarle, puede que diga que lo justo es... ¡quién sabe qué barbaridad puede llegar a proponer en esos momentos! Pero si esa persona nunca se ha visto envuelta en semejante incidente, lo más probable es que tenga un parecer muy distinto sobre lo que es justo o injusto hacer con el atracador. Además, ¿no es cierto que cuando estamos en grupo lo que expresan los demás puede hacernos cambiar de idea, aunque estemos seguros de que la que ya teníamos era la adecuada, sobre todo si saben usar bien la retórica?

Lo que debemos hacer para descubrir qué está bien es preguntar a nuestros adentros, a nuestras entrañas. Ahí tenemos un dios, un alma, un geniecillo, un daimon o demonio amigo cuya voz nos transmite qué es lo bueno y qué es lo malo. El lema de Sócrates era precisamente este: “Conócete a ti mismo”. Conociéndonos descubriremos la verdad que tanto buscamos. De este modo, la conclusión que va a ofrecernos Sócrates es que en el conocimiento, en el acto de conocer, es donde reside, a fin de cuentas, la felicidad.

Al llegar aquí, Pedro interrumpió repentinamente a Carlos: -Tiene razón Sócrates: yo he oído esa voz muchas veces. La última creo que fue el sábado. Su amigo le miró como quien mira a un ser de otro planeta. -¿Te acuerdas de cuando estábamos en la disco y vino Íñigo a pasarnos la droga?

Carlos aún no sabía si Pedro estaba bromeando. -¿Te acuerdas de que le dije que no? Pues en el fondo me apetecía.

Ahora parecía que el chico hablaba en serio. -Fue esa voz la que me aconsejó que no lo hiciera. -¿Estás seguro? -Descarao. Que sí, hombre, no te rías, que hay veces que la escucho dentro del cerebro y me dice qué decisión debo tomar si quiero que me vaya bien. La bibliotecaria estaba haciendo señas a los dos chicos para que guardaran silencio. La sala comenzaba a llenarse de gente. -Ven, acompáñame fuera -pidió Carlos después de dar por zanjada la conversación con una sonrisa burlona. Una vez en el rellano, los dos se sentaron en unos grandes sillones de piel de imitación en torno a una mesita baja cuadrada. Allí, Carlos terminó de exponer a su amigo el modo de actuar de Sócrates: -Sócrates pregunta a sus discípulos, por ejemplo, si la mesura es una virtud que nos lleva a ser felices y en qué consiste. Al principio, lo normal es que le respondan que lo ignoran; pero luego, por medio de la mayéutica, ese arte de formular las preguntas adecuadas que él sabe desarrollar como nadie, comienzan a investigar. Cada uno busca la respuesta no en los demás, sino en lo que le dicta su conciencia. Al final, si se han autoexaminado como es debido, todos tendrán una respuesta que ofrecer al maestro. Es entonces cuando éste emplea la inducción, que consiste en analizar unas cuantas respuestas para, a partir de ellas, extraer una conclusión general. Pongamos por caso que uno dice que la templanza nos lleva a alcanzar la dicha y consiste en el mantenimiento de la quietud; otro opina que consiste en el ejercicio de la calma y que aporta bienestar; otro está de acuerdo con esto último y considera que es lo contrario a la pasión o al apasionamiento. Pues bien, al final se comparan las respuestas y se extrae una conclusión bastante común: la mesura es una virtud que se posee cuando no se es impulsivo y nos puede ayudar a ser felices. Usando este método, ¿ha conseguido Sócrates una definición universal y no relativa? Aristóteles pensaba que sí. Es lo que se pone de manifiesto en el libro trece de su Metafísica, donde podemos leer que “Sócrates se ocupaba de las virtudes morales y fue el primero en buscar definiciones generales de las mismas”. Gracias a lo que se dice en este texto del gran discípulo de Platón, algunos estudiosos creen que es Sócrates es quien mejor merece el título de Primer ético de la historia. -¿Y qué más te cuento? Espera a ver... Sí, dos cosas más: Primera: que Sócrates pensaba, al igual que los sofistas, que es bueno respetar las leyes. -¡Y tanto! -saltó Pedro-, que prefirió aplaudirla antes que ir en contra de ellas.

Segunda: cuando una persona conoce el bien es imposible que cometa el mal. Sócrates decía que quien comete el mal es un ignorante del bien. Es tan maravilloso y cautivador el bien, que desde el momento en que lo descubres ya no puedes separarte de él. -Buen trabajo, Carlitos. -¿Se entiende bien, no? Pues venga, vamos a pasarlo a limpio y nos largamos.



TALLER

1. ¿Quiénes eran los sofistas?

2. ¿En qué época vivieron?

3. Escribe el nombre de, al menos, dos de ellos.

4. ¿Qué es la retórica?

5. ¿Cuál es la principal teoría ética de los sofistas?

6. Describe los detalles más importantes de la vida de Sócrates. ¿Qué te ha llamado más la atención?

7. ¿Qué estrategias seguía Sócrates para hacer “parir” la verdad de sus discípulos?

8. ¿Qué significa la frase de Sócrates “una vida sin reflexión no merece la pena ser vivida”?

9. Resume en unas pocas líneas cuál es la teoría ética de Sócrates.

Date la buena vida, Etica para Amador--GRADO UNDÉCIMO

DATE LA BUENA VIDA

¿Qué pretendo decirte poniendo un «haz lo que quieras» como lema fundamental de esa ética hacia la que vamos tanteando? Pues sencillamente (aunque luego resultará que no es tan sencillo, me temo) que hay que dejarse de órdenes y costumbres, de premios y castigos, en una palabra de cuanto quiere dirigirte desde fuera' y que tienes que plantearte todo este asunto desde ti mismo, desde el fuero interno de tu voluntad. No le preguntes a nadie qué es lo que debes hacer con tu vida: pregúntatelo a ti mismo. Si deseas saber en qué puedes emplear mejor tu libertad, no la pierdas poniéndote ya desde el principio al servicio de otro o de otros, Por buenos, sabios y respetables que sean: interroga sobre el uso de tu libertad... a la libertad misma.

Claro, como eres chico listo puede que te estés dando ya cuenta de que aquí hay una cierta contradicción. Si te digo «haz lo que quieras» parece que te estoy dando de todas formas una orden, «haz eso y no lo otro», aunque sea la orden de que actúes libremente. ¡Vaya orden más complicada, cuando se la examina de cerca! Si la cumples, la desobedeces (porque no haces lo que quieres, sino lo que quiero yo que te lo mando); si la desobedeces, la cumples (porque haces lo que tú quieres en lugar de lo que yo te mando... ¡pero eso es precisamente lo que te estoy mandando!).

Créeme, no pretendo meterte en un rompecabezas como los que aparecen en la sección de pasatiempos de los periódicos. Aunque procure decirte todo esto sonriendo para que no nos aburramos más de lo debido, el asunto es serio: no se trata de pasar el tiempo, sino de vivirlo bien. La aparente contradicción que encierra ese «haz lo que quieras » no es sino un reflejo del problema esencial de la libertad misma: a saber, que no somos libres de no ser libres, que no tenemos más remedio que serlo. ¿Y si me dices que ya está bien, que estás harto y que no quieres seguir siendo libre? ¿Y si decides entregarte como esclavo al mejor postor o jurar que obedecerás en todo y para siempre a tal o cual tirano? Pues lo harás porque quieres, en uso de tu libertad y aunque obedezcas a otro o te dejes llevar por la masa seguirás actuando tal como prefieres: no renunciarás a elegir, sino que habrás elegido ,lo elegir por ti mismo. Por eso un filósofo francés de nuestro siglo, Jean-Paul



Sartre, dijo que «estamos condenados a la libertad». Para esa condena, no hay indulto que valga...

De modo que mi «haz lo que quieras» no es más que una forma de decirte que te tomes en serio el problema de tu libertad, lo de que nadie puede dispensarte de la responsabilidad creadora de escoger tu camino. No te preguntes con demasiado morbo si «merece la pena>> todo este jaleo de la libertad, porque quieras o no eres libre, quieras o no tienes que querer. Aunque digas que no quieres saber nada de estos asuntos tan fastidiosos y que te deje en paz, también estarás queriendo... queriendo no saber nada, queriendo que te dejen en paz aun a costa de aborregarte un poco o un mucho. ¡Son las cosas del querer, amigo mío, como dice la copla! Pero no confundamos este «haz lo que quieras» con los caprichos de que hemos hablado antes. Una cosa es que hagas «lo que quieras» y otra bien distinta que hagas «lo primero que te venga en gana». No digo que en ciertas ocasiones no pueda bastar la pura Y simple gana de algo: al elegir qué vas a comer en un restaurante, por ejemplo. Ya que afortunadamente tienes buen estómago Y no te preocupa engordar, pues venga, pide lo que te dé la gana... Pero cuidado, que a veces con la «gana» no se gana sino que se pierde.



No sé si has leído mucho la Biblia. Está llena de cosas interesantes y no hace falta ser muy religioso, ya sabes que yo lo soy más bien poco para apreciarlas. En el primero de sus libros, el

Génesis, se cuenta la historia de Esaú y Jacob, hijos de Isaac. Eran hermanos gemelos, pero Esaú había salido primero del vientre de su madre, lo que le concedía el derecho de primogenitura: ser primogénito en aquellos tiempos no era cosa sin importancia, porque significaba estar destinado a heredar todas las posesiones y privilegios del padre. A Esaú le gustaba ir de caza y correr aventuras, mientras que Jacob prefería quedarse en casita, preparando de vez en cuando algunas delicias culinarias. Cierto día volvió Esaú del campo cansado y hambriento. Jacob había preparado un suculento potaje de lentejas y a su hermano, nada más llegarle el olorcillo del guiso, se le hizo la boca agua. Le entraron muchas ganas de comerlo y pidió a Jacob que le invitara.

El hermano cocinero le dijo que con mucho gusto pero no gratis sino a cambio del derecho de primogenitura. Esaú pensó: «Ahora lo que me apetecen son las lentejas. Lo de heredar a mi padre será dentro de mucho tiempo. ¡Quién sabe, a lo mejor me muero yo antes que él!» Y accedió a cambiar sus futuros derechos de primogénito por las sabrosas lentejas del presente. ¡Debían oler estupendamente esas lentejas! Ni que decir tiene que más tarde, ya repleta la panza, se arrepintió del mal negocio que había hecho, lo que provocó bastantes problemas entre los hermanos (dicho sea con el respeto debido, siempre me ha dado la impresión de que Jacob era un pájaro de mucho cuidado). Pero si quieres saber cómo acaba la historia, léete el Génesis. Para lo que aquí nos interesa ejemplificar basta con lo que te he contado.

Como te veo un poco sublevado, no me extrañaría que intentaras volver esta historia contra lo que te vengo diciendo: «¿No me recomendabas tú eso tan bonito de "haz lo que quieras"? Pues ahí tienes: Esaú quería potaje, se empeñó en conseguirlo y al final se quedó sin herencia. ¡Menudo éxito! » Sí, claro, pero... ¿eran esas lentejas lo que Esaú quería de veras o simplemente lo que le apetecía en aquel momento? Después de todo, ser el primogénito era entonces una cosa muy rentable y en cambio las lentejas ya se sabe: si quieres las tomas y si no las dejas... Es lógico pensar que lo que Esaú quería en el fondo era la primogenitura, un derecho destinado a mejorarle mucho la vida en un plazo más o menos próximo. Por supuesto, también le apetecía comer potaje, pero si se hubiese molestado en pensar un poco se habría dado cuenta de que este segundo deseo podía esperar un rato con tal de no estropear sus posibilidades de conseguir lo fundamental. A veces los hombres querernos cosas contradictorias que entran en conflicto unas con otras. Es importante ser capaz de establecer prioridades y de imponer una cierta jerarquía entre lo que de pronto me apetece y lo que en el fondo, a la larga, quiero. Y si no, que se lo pregunten a Esaú...

En el cuento bíblico hay un detalle importante. Lo que determina a Esaú para que elija el potaje presente y renuncie a la herencia futura es la sombra de la muerte o, si prefieres, el desánimo producido por la brevedad de la vida. «Como sé que me voy a morir de todos modos y a lo mejor antes que mi padre... ¿para qué molestarme en dar más vueltas a lo que me conviene? ¡Ahora quiero lentejas y mañana estaré muerto, de modo que vengan las lentejas y se acabó! » Parece como si a Esaú la certeza de la muerte le llevase a pensar que la vida ya no vale la pena, que todo da igual. Pero lo que hace que todo dé igual no es la vida, sino la muerte. Fíjate: por miedo a la muerte, Esaú decide vivir como si ya estuviese muerto y todo diese igual. La vida está hecha de tiempo, nuestro presente está lleno de recuerdos Y esperanzas, pero Esaú vive como si para él ya no hubiese otra realidad que el aroma de lentejas que le llega ahorita mismo a la nariz, sin ayer ni mañana. Aún más: nuestra vida está hecha de relaciones con los demás -somos padres, hijos, hermanos, amigos o enemigos, herederos o heredados, etc.-, pero Esaú decide que las lentejas (que son una cosa, no una persona) cuentan más para él que esas vinculaciones con otros que le hacen ser quien es. Y ahora una pregunta: ¿cumple Esaú realmente lo que quiere o es que la muerte le tiene como hipnotizado, paralizando y estropeando su querer?

Dejemos a Esaú con sus caprichos culinarios y sus líos de familia.

Volvamos a tu caso, que es el que aquí nos interesa. Si te digo que hagas lo que quieras, lo primero que parece oportuno hacer es que pienses con detenimiento y a fondo qué es lo que quieres. Sin duda te apetecen muchas cosas, a menudo contradictorias, como le pasa a todo el mundo: quieres tener una moto pero no quieres romperte la crisma( la cabeza) por la carretera, quieres tener amigos pero sin perder tu independencia, quieres tener dinero pero no quieres someter al prójimo para conseguirlo, quieres saber cosas y por ello comprendes que hay que estudiar pero también quieres divertirte, quieres que yo no te dé la lata y te deje vivir a tu aire pero también que esté ahí para ayudarte cuando lo necesites, etc. En una palabra, si tuvieras que resumir todo esto y poner en palabras sinceramente tu deseo global de fondo, me dirías: «Mira, papi, lo que quiero es darme la buena vida. » ¡Bravo! ¡Premio para el caballero! Eso mismito es lo que yo quería aconsejarte: cuando te dije «haz lo que quieras» lo que en el fondo pretendía recomendarte es que te atrevieras a darte la buena vida. Y no hagas caso a los tristes ni a los beatos, con perdón: la ética no es más que el intento racional de averiguar cómo vivir mejor. Si merece la pena interesarse por la ética es porque nos gusta la buena vida. Sólo quien ha nacido para esclavo o quien tiene tanto miedo a la muerte que cree que todo da igual se dedica a las lentejas y vive de cualquier manera...

Quieres darte la buena vida: estupendo. Pero también quieres que esa buena vida no sea la buena vida de una coliflor o de un escarabajo, con todo mi respeto para ambas especies, sino una buena vida humana. Es lo que te corresponde, creo yo. Y estoy seguro de que a ello no renunciarías por nada del mundo. Ser humano, ya lo hemos indicado antes, consiste principalmente en tener relaciones con los otros seres humanos. Si pudieras tener muchísimo dinero, una casa más suntuosa que un palacio de las mil y una noches, las mejores ropas, los más exquisitos alimentos (¡muchísimas lentejas!), los más sofisticados aparatos, etc., pero todo ello a costa de no volver a ver ni a ser visto por ningún ser humano jamás, ¿estarías contento? ¿Cuánto tiempo podrías vivir así sin volverte loco? ¿No es la mayor de las locuras querer las cosas a costa de la relación con las personas? ¡Pero si precisamente la gracia de todas esas cosas estriba en que te permiten -o parecen permitirte- relacionarte más favorablemente con los demás! Por medio del dinero se espera poder deslumbrar o comprar a los otros; las ropas son para gustarles o para que nos envidien; y lo mismo la buena casa, los mejores vinos, etcétera. Y no digamos los aparatos: el vídeo y la tele son para verles mejor, el compact para oírles mejor y así sucesivamente. Muy pocas cosas conservan su gracia en la soledad; y si la soledad es completa y definitiva, todas las cosas se amargan irremediablernente. La buena vida humana es buena vida entre seres humanos o de lo contrario puede que sea vida, pero no será ni buena ni humana. ¿Empiezas a ver por dónde voy?. Las cosas pueden ser bonitas y útiles, los animales (por lo menos algunos) resultan simpáticos, pero los hombres lo que querernos ser es humanos, no herramientas ni bichos. Y queremos también ser tratados como humanos, porque eso de la humanidad depende en buena medida de lo que los unos hacernos con los otros. Me explico: el melocotón nace melocotón, el leopardo viene ya al mundo como leopardo, pero el hombre no nace ya hombre del todo ni nunca llega a serlo si los demás no le ayudan. ¿Por qué? Porque el hombre no es solamente una realidad biológica, natural (como los melocotones o los leopardos), sino también una realidad cultural. No hay humanidad sin aprendizaje cultural y para empezar sin la base de toda cultura (y fundamento por tanto de nuestra humanidad): el lenguaje. El mundo en el que vivimos los humanos es un mundo lingüístico, una realidad de símbolos y leyes sin la cual no sólo seríamos incapaces de comunicarnos entre nosotros sino también de captar la significación de lo que nos rodea. Pero nadie puede aprender a hablar por sí solo (como podría aprender a comer por sí solo o a orinar -con perdón por sí solo), porque el lenguaje no es una función natural y biológica del hombre (aunque tenga su base en nuestra condición biológica, claro está) sino una creación cultural que heredamos y aprendemos de otros hombres.

Por eso hablar a alguien y escucharle es tratarle como a una persona, por lo menos empezar a darle un trato humano. Es sólo un primer paso, desde luego, porque la cultura dentro de la cual nos humanizamos unos a otros parte del lenguaje pero no es simplemente lenguaje. Hay otras formas de demostrar que nos reconocemos como humanos, es decir, estilos de respeto y de miramientos humanizadores que tenemos unos para con otros.

Todos queremos que se nos trate así y si no, protestamos. Por eso las chicas se quejan de que se las trate como mujeres «objeto» es decir, simples adornos o herramientas; y por eso cuando insultamos a alguien le llamamos « ¡animal! », como advirtiéndole que está rompiendo el trato debido entre hombres y que como siga así podemos pagarle con la misma moneda. Lo más importante de todo esto me parece lo siguiente: que la humanización (es decir, lo que nos convierte en humanos, en lo que queremos ser) es un proceso recíproco (como el propio lenguaje, ¿te das cuenta?). Para que los demás puedan hacerme humano, tengo yo que hacerles humanos a ellos; si para mí todos son como cosas o como bestias, yo no seré mejor que una cosa o una bestia tampoco. Por eso darse la buena vida no puede ser algo muy distinto a fin de cuentas de dar la buena vida. Piénsalo un poco, por favor.

Más adelante seguiremos con esta cuestión. Ahora, para concluir este capítulo de Modo más relajado, te propongo que nos vayamos al cine. Podemos ver, si quieres, una hermosísima película dirigida e interpretada Por Orson Welles: Ciudadano Kane. Te la recuerdo brevemente, Kane es un multimillonario que con pocos escrúpulos ha reunido en su palacio de Xanadú una enorme colección de todas las cosas hermosas y caras del mundo. Tiene de todo, sin duda, y a todos los que le rodean les utiliza para sus fines, como simples instrumentos de su ambición. Al final de su vida, pasea solo por los salones de su mansión, llenos de espejos que le devuelven mil veces su propia imagen de solitario: sólo su imagen le hace compañía. Al fin muere, murmurando una palabra: «¡Rosebud!» Un periodista intenta adivinar el significado de este último gemido, pero no lo logra. En realidad, «Rosebud» es el nombre escrito en un trineo con el que Kane jugaba cuando niño, en la época en que aún vivía rodeado de afecto y devolviendo afecto a quienes le rodeaban.

Todas sus riquezas y todo el poder acumulado sobre los otros no habían podido comprarle nada mejor que aquel recuerdo infantil.

Ese trineo, símbolo de dulces relaciones humanas, era en verdad lo que Kane quería, la buena vida que había sacrificado para conseguir millones de cosas que en realidad no le servían para nada. Y sin embargo la mayoría le envidiaba... Venga, vámonos al cine: mañana seguiremos.

Vete leyendo...

Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado, dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado.

Y Jacob respondió: Véndeme en este día tu primogenitura.

Entonces dijo Esaú: He aquí que yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura?

«Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y le juró, y vendió a Jacob su primogenitura.

«Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura» (Génesis, XXV, 27 a 34).

«Quizá el hombre es malo porque, durante toda la vida, está esperando morir: y así muere mil veces en la muerte de los otros y de las cosas.

«Pues todo animal consciente de estar en peligro de muerte se vuelve loco. Loco miedoso, loco astuto, loco malvado, loco que huye, loco servil, loco furioso, loco odiado, loco embrollador, loco asesino» (Tony Duvert, Abecedario malévolo).

«Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida»

(Spinoza, Ética).

«Hombre libre es el que quiere sin la arrogancia de lo arbitrario.

Cree en la realidad, es decir, en el lazo real que une la dualidad real del Yo y delTú. Cree en el Destino y cree que el Destino le necesita... Pues lo que ha de acontecer no acontecerá si no está resuelto a querer lo que es capaz de querer» (Martin Buber, Yo y tú).

«Ser capaz de prestarse atención a uno mismo es requisito previo para tener la capacidad de prestar atención a los demás; el

sentirse a gusto con uno mismo es la condición necesaria para relacionarse con otros »(Erich Fromm, Ética y psicoanálisis).





TALLER



2- Explica la contradicción del “Haz lo que quieras”.

3- Qué significa realmente hacer lo que se quiera.

4- Saca tu mismo las consecuencias de la historia bíblica de Esaú y Jabob.

5-Explica la frase: “La ética no es más que el intento racional de averiguar cómo vivir mejor”.

6-Ahora puedes contestar a la pregunta del capítulo III: ¿Para qué sirve el hombre? ¿En qué consiste la buena vida?

7- Haz una lista personal de lo que tú consideres cosas o valores esenciales para lograr una buena vida.