viernes, 12 de agosto de 2011

PLATÓN GRADO DECIMO


PLATÓN

Al día siguiente, por la mañana, Gema llamó a Pedro por teléfono. Deseaba decirle que el viernes, al salir de clase, se había quedado un momento para hablar con Andrés y que éste le había proporcionado un CD interactivo sobre los filósofos de la Antigüedad.

-Si queréis os lo puedo pasar.

-[...]

-No, es como un juego. Te van preguntando lo que quieres saber, tú se lo dices, y ellos te lo enseñan.

-[...]

¿Qué ya lo habéis hecho? Jo, pues qué bien.

-[...]

No: no nos dejaba elegir el mismo a las cuatro; Julia, Tere y Cris se han quedado con el del que decía que la felicidad depende de los placeres.

-[...]

-Qué tonto... Oye, tengo que colgar, que viene mi hermano. ¿Vais a ir esta noche a La Cama?

-[...]

-Entonces allí nos vemos.

Gema colgó el auricular justo cuando un pelirrojo de un metro de altura

y cara de travieso abría la puerta de la habitación.

-¡Te he dicho que no entres sin llamar, estúpido!

-¡Estabas hablando con tu noovio! –canto él y repitió:- ¡Estabas hablando con tu noovio: se lo voy a decir a mamá!

-¡Vete de aquí ahora mismo!

El niño no quiso molestar más y cerró la puerta. Gema se echó sobre el mullido edredón, prendió su gran oso de peluche y le contó algo al oído.

Después, se levantó de un salto y se sentó delante del ordenador.

Tras haber introducido el disco en la máquina y ejecutar un par de instrucciones aparecieron en pantalla Platón y Aristóteles.

El primero, majestuoso, alzaba su mano indicando el cielo; el otro, algo más joven, atendía y señalaba el suelo. Los dos vestían lujosas túnicas. Era la escena pintada por Miguel Ángel en su célebre Escuela de Atenas. Pero en esta ocasión los personajes cobraban vida para hablar entre sí en voz baja, moviendo con bastante naturalidad la boca, los ojos y el resto del cuerpo.

-¡Hola! -interrumpió la conversación el de la barba y los cabellos largos al cabo de unos segundos-. Soy Platón y éste es mi discípulo Aristóteles.

Haz “clic” sobre el botón rojo si con quien quieres dialogar es conmigo; si con quien quieres hacerlo es con mi buen alumno, haz “clic” sobre el azul.

Gema llevó el puntero hasta el pequeño rectángulo enrojecido y apretó la parte izquierda del ratón.

La imagen del mayor de los dos hombres fue pasando a un primer plano.

-Muy bien, ¿te apetece que hablemos?

En el fondo de la imagen aparecían algunos grupos de ciudadanos departiendo amigablemente.

-Teclea “sí” o “no”.

Gema tecleó “sí”.

Platón efectuó una pequeña reverencia y emitió una nueva pregunta:

-¿Antes que nada, quieres que te cuente algo sobre mi vida?

La chica repitió las dos pulsaciones.

En la pantalla aparecieron varias personas rodeando a Platón. Se hallaban en el interior de una estancia con altos techos cubiertos por lonas y sedas tintadas, bellas estatuas, columnas de hermosos capiteles, jarrones con dibujos en oro y grandes plantas destacando en la ornamentación.

El anfitrión fue presentando a algunos familiares directos y enseguida pasó a hablar de los acontecimientos más importantes de su existencia. La narración de los mismos se acompañó de imágenes que parecían tomadas de alguna antigua película de cine.

Al terminar, Platón preguntó a Gema si deseaba un resumen escrito.

Ella asintió por medio del teclado. Inmediatamente después apareció el siguiente texto a un lado de la pantalla:

Vida y obras de Platón.

Quien para muchos es el mayor filósofo de todos los tiempos, nació en Atenas el 427 a. C. La suya fue una familia aristocrática. Solón, el instaurador de la democracia en Grecia un par de siglos atrás, era su ascendiente por vía materna, y el rey Codro por vía paterna.

Desde muy joven Platón se interesa por la filosofía. Es a la edad de

20 años cuando conoce a Sócrates, maestro a quien siempre profesará gran respeto y admiración. El más sabio de los atenienses va a ejercer un notable influjo sobre el discípulo, incluso después de su muerte. Tanto es así, que para los estudiosos resulta ciertamente difícil distinguir hasta qué punto lo expuesto por Platón a lo largo de su obra es fruto de su genialidad o de la de su mentor.

También durante su juventud es cuando Platón comienza a desarrollar un creciente interés por la política. Éste es el saber en el que canaliza todos sus conocimientos sobre otras ciencias, dado que su constante objetivo fue diseñar un modelo de ciudad-estado perfecta.

El régimen de los Treinta tiranos, entre los que se encontraban algunos tíos suyos, le animó a formar parte del gobierno. Pero Platón rechazó la invitación sabedor de que la mayoría de sus miembros eran personas corruptas.

La reinstauración de la democracia hizo pensar al filósofo que se avecinaban tiempos mejores. Sin embargo, esta ilusión no tardó en desvanecerse trágicamente cuando Sócrates fue condenado a morir de manera injusta.

Es a partir de ese momento cuando Platón se da cuenta de lo necesario que es un gobierno ejercido por los más capacitados. Tal y como reconoce en su Carta VII (325c): “Vi que el género humano no llegaría nunca a liberarse del mal si antes no alcanzaban el poder los verdaderos filósofos”.

Una vez que ha conseguido diseñar una teoría que pueda conducir a semejante régimen político, Platón viajará por tres veces a Siracusa con la intención de ponerla en práctica, pero fracasará estrepitosamente.

A su regreso a Atenas, tras el primer viaje, funda la Academia: probablemente, la primera universidad europea, pues allí se impartían clases sobre diferentes materias y se contaba con una plantilla completa de profesores.

Esta institución contará con la presencia, entre otros, de Aristóteles.

Parece ser que dos de los alumnos de Platón, Scepsis y Erasto, aconsejaron a Hermias sobre la forma de gobierno que, según su maestro, podía resultarle más provechosa. El tirano la puso en práctica y obtuvo un gran éxito: muchas poblaciones vecinas de la costa eólica siguieron su ejemplo.

A modo de premio les concedió la tutela de la ciudad de Asso. Fue allí donde Platón pudo ver realizado su sueño antes de morir en el 347 a. C.

Por lo que respecta a la obra de nuestro hombre diremos que está compuesta, en su mayor parte, en forma de diálogos. Suele dividirse en tres períodos:

-Período de juventud. Entre la muerte de su maestro y el primer viaje a Sicilia. Se expone el pensamiento de Sócrates en diálogos que tienen lugar entre él y algunos sofistas de renombre. Destacan Apología (sobre la defensa de Sócrates ante el Consejo de los quinientos que le condena a morir), Critón (relata las conversaciones que Sócrates mantiene en la cárcel con unos amigos que le proponen un plan para fugarse), Protágoras (acerca de la virtud), Gorgias (en el que se contrapone la verdadera sabiduría a la retórica)y Menón (en torno a la teoría de la reminiscencia, o sea, la teoría que afirma que conocer no es más que recordar las verdades o ideas a las que nuestro alma ha tenido acceso en una vida anterior).

-Período de madurez. Coincide con su etapa al mando de la Academia, hasta el segundo viaje a Sicilia. En él ven la luz las obras más importantes del filósofo: Banquete (sobre el amor y la belleza), Fedón (sobre la inmortalidad del alma), Fedro (sobre el alma, el amor y la belleza) y República (obra cumbre en la que se presentan la teoría de las ideas y el proyecto político platónico).

-Período de vejez. A partir del segundo viaje a Siracusa. Un Platón cansado y algo mermado en sus portentosas facultades intelectuales lleva a cabo una revisión de todo su pensamiento bajo títulos como Parménides, Sofista, Político, Timeo o Leyes.

En la pantalla del ordenador apareció nuevamente el busto de nuestro hombre. Éste, preguntó a Gema si deseaba que detallara el contenido de alguna de sus obras en particular o si prefería que le expusiera sus teorías sobre el conocimiento, la psicología, la antropología, la pedagogía, la ética, la política...

La muchacha escribió la palabra “ética” en un recuadro que se le ofrecía.

Acto seguido, Platón quiso comenzar a hablar, pero le interrumpió su fiel acompañante.

-Permítame, maestro, que ofrezca yo la explicación, para que pueda comprobar si he aprendido bien sus últimas lecciones.

-Adelante, querido amigo, no te detengas, pero descubre cuál es mi teoría ética, y no la tuya, puesto que todo el mundo sabe que cada uno de nosotros ha desarrollado una distinta.

Aquel hombre vigoroso emitió una franca sonrisa e inició su discurso.

-Teoría ética de Platón.

La teoría ética de Platón, al igual que la de su maestro y la de su discípulo es eudemonista.

Gema hizo que la imagen quedara congelada mientras resumía con seispalabras lo que acababa de oír.

-A propósito, ¿sabes lo que quiere decir “eudemonista”?

Gema no recordaba la definición que Andrés les había ofrecido hacía un par de días. “No”, tecleó.

-Literalmente, eudemonista sería toda aquella teoría ética que afirma que el mayor bien al que podemos aspirar es la felicidad. Pero también se pueden considerar eudemonistas las teorías éticas que sostienen que el bien en el que reside la felicidad no es el placer, sino la sabiduría. Es en este segundo sentido en el que cabe decir que las éticas de nosotros tres, si bien muestran desarrollos y matices muy diferentes, en el fondo coinciden en ser eudemonistas.

Gema detuvo nuevamente el programa y escribió unas líneas en su cuaderno.

Después, dejó que su excelente profesor continuara explayándose.

-Para Platón, efectivamente, el mayor bien que nos acerca a la felicidad no es el placer, sino el conocer.

-¿Y cómo haremos para explicarle esto a nuestra amiga? -intervino el maestro.

-A mi modo de ver, mostrándole de qué manera, efectivamente, las cosas que más tienen que ver con la felicidad dependen en última instancia de eso: de la sabiduría, o lo que es lo mismo, del conocimiento, del buen uso de la razón.

-Muy bien, pues di ya en qué “cosas” descansa, a mi juicio, la felicidad.

-La felicidad reside, por un lado, en un modo de vida espiritual en el que también se dan cita determinados placeres; por otro, en el ejercicio de la justicia.

De acuerdo. Ahora toma cada uno de estos caminos por separado y haznos ver cómo dependen, en último término, del buen uso de nuestra facultad racional.

-¡Por Zeus, no perdamos más tiempo!

En la pantalla apareció, al momento, un rótulo con las siguientes palabras:

Un primer camino hacia la felicidad: la forma de vida en la que se mezclan algunos placeres y la actividad intelectual.

A continuación, Aristóteles expuso lo siguiente:

-En una obra titulada Filebo, Platón pone en boca de Protarco la idea de que todo lo bueno se resume en lo que nos causa placer. Pero Sócrates responde que se equivoca, que la buena vida es más bien la vida espiritual, esto es, una vida alejada de lo material y dedicada al cultivo de la razón.

En un segundo momento, Protarco admite que una vida sustentada exclusivamente en el aprovisionamiento de placeres quizás tampoco resulte del todo deseable. Sócrates, por su parte, reconoce que una vida dedicada a cultivar la espiritualidad, despreocupada totalmente de los placeres corporales, posiblemente no produzca el bienestar mayor.

A raíz de esto, ambos llegan al convencimiento de que la mejor vida, la vida más feliz, es aquella en la que se dan cita tanto los placeres como el ejercicio de la actividad intelectual ligada a la espiritualidad.

Bien es cierto que Sócrates no da su visto bueno a todos los placeres: sólo admitirá aquellos que no nos hacen estar intranquilos por alcanzarlos,

y aquellos de los que somos capaces de gozar con moderación. ¿Y en qué medida hemos de mezclar lo uno y lo otro, o sea, los placeres más puros y el uso del intelecto? Como dice Platón a partir del párrafo

6164 de su Filebo, en la debida proporción: “Lo mismo que la miel y el agua se han de mezclar en debida proporción para que resulte una bebida grata al paladar, de igual modo el sentimiento agradable y la actividad intelectual deben mezclarse en justa proporción para hacer buena la vida del hombre”.

Se trata de que pongamos, por una parte, los saberes más elevados, como el que aporta, por ejemplo, la matemática, y otros de segundo orden, como pueden ser los relacionados con la música, la astronomía... Por otra parte, añadiremos “la miel”, esto es, el conjunto de placeres saludables para el hombre; pongamos por caso el placer que causa cultivar la amistad. Para lo que no ha de haber sitio en la mixtura es para los placeres que nos hacen dirigirnos como si estuviéramos locos o poseídos por la maldad.

A partir de aquí, la pregunta obligada es ésta: ¿quién se encarga de ajustar la “debida proporción” en que deben mezclarse la intelectualidad y los placeres? La respuesta, como no podía ser de otra manera, reza que la sabiduría o conocimiento. Sólo mediante esta facultad humana se consigue la fórmula para elaborar el compuesto que produce el máximo bienestar.

-¡Te has explayado con propiedad! -alzó la voz Platón al interpretar que su discípulo había concluido la primera parte de su exposición-. Mas no te detengas, y háblanos ahora de esa otra vía que puede conducirnos a la vida feliz.

Sintiéndose halagado por la alabanza de su tutor, Aristóteles quiso proseguir con la disertación, pero Gema interrumpió el programa para tomar nuevas notas; luego, volvió a otorgar la palabra al filósofo, que antes de hablar mostró el siguiente rótulo en pantalla:

Otro camino en pro de la felicidad: la justicia.

Según Platón, si aspiramos a una vida dichosa resulta del todo necesario que en cada individuo y en cada sociedad reine siempre la justicia, que es la más importante de todas las virtudes.

Veamos, en primer lugar, cómo se logra esto en el caso de cada ser humano individual.

Para empezar, hay que tener en cuenta que, según Platón, todos nosotros tenemos cuerpo y, lo que es aún más importante, alma.

Aristóteles volvió a detenerse.

-¿Quieres que te cuente a qué es debido esto?

Gema, movida por la curiosidad, respondió afirmativamente. Antes, sin embargo, quiso anotar semejante idea.

-Hay un mito que lo explica con mucha belleza. Es el mito de

Dionisos. Se trata de un relato atribuido a una especie de secta con cierta predisposición por la especulación racional, la de los órficos, que se remonta al siglo VIII a. C. En él se dice que Zeus, padre de todos los dioses, creó a su hijo Dionisos para no sentirse solo. Sin embargo, una noche, los titanes, seres maléficos y monstruosos, dieron con él y lo devoraron. En cuanto Zeus tuvo noticia de ello los fulminó con un rayo. Pero la historia no acaba aquí, ya que recogió sus cenizas, las amasó e hizo al hombre.

Debido a que en ellas se encontraban los restos de Dionisos, todos tenemos un componente divino, el alma; y debido también a que descendemos de los titanes, todos tenemos un componente material al que se atribuyen connotaciones negativas: el cuerpo. Fin del cuento -advirtió Aristóteles, y continuó con su explicación:

El alma, al entender de Platón, presenta tres partes: nous o inteligencia,

thymos o carácter y epithymiai o deseos. La primera estaría localizada en la cabeza. Se encarga de dirigir a las otras partes y dominar los impulsos; la virtud que debe desarrollar es la prudencia. La segunda parte, también llamada parte irascible, reside en el pecho. Tiene como misión luchar o defender; su virtud ha de ser la fortaleza o el valor. La tercera parte o parte apetitiva se encuentra en el abdomen. Esta parte debe mostrarse obediente y productiva; su virtud no es otra que la templanza o la moderación.

Pues bien, cuando cada una de estas tres partes cumpla con su propia función a su debido tiempo y no entre en conflicto con las demás, entonces y sólo entonces el individuo ejercerá la justicia.

Habrá momentos en los que lo mejor será que actúe la parte racional; por ejemplo, cuando tengamos que resolver un problema ideológico.

Otras veces será bueno que entre en funcionamiento la parte irascible; tal puede ser el caso cuando nos veamos obligados a repeler una agresión.

Por último, también habrá ocasiones en las que convendrá que se ejercite la parte concupiscible; sin ir más lejos, cuando sea el momento de procurarnos algún merecido placer. En cualquier caso, repetimos: sólo si se deja actuar a cada una de estas partes del alma cuando le corresponda, sin que las otras le pongan trabas o se lo impidan, entonces surgirá la justicia en todo su esplendor.

Esto, en el caso de cada hombre o mujer en particular. En el caso de las comunidades, nos encontramos con que el fenómeno es muy similar.

Platón piensa que toda sociedad presenta, al igual que el alma humana tres partes bien diferenciadas. La primera está constituida por la clase de los dirigentes; la segunda, por la de los guerreros; la tercera, por la de los trabajadores y los comerciantes. Bueno, pues de manera análoga lo que ocurre con el alma humana, la justicia en el Estado tendrá lugar si y sólo si cada una de estas clases se ocupa de su cometido y no se inmiscuye en los asuntos de las otras.

Por consiguiente, tenemos que la realización de la justicia en el individuo y en la polis procede de forma paralela. No en vano Platón cree firmemente que Estado e individuo son la misma cosa: ambos se necesitan el uno al otro; el individuo no puede realizarse en plenitud sin la colaboración del Estado, ni el Estado sin la del individuo.

Gema paró y redactó unas líneas. Después continuó atendiendo:

-Con todo, la pregunta obligada vuelve a ser esta: ¿de qué depende, al fin y al cabo, la justicia que trae consigo el bienestar de cada persona y de la sociedad en su conjunto? Platón lo tiene muy claro: depende, otra vez, de la sabiduría. La razón es muy sencilla: sólo si cada parte del alma

“sabe”, es decir, “conoce” bien cuáles son sus atribuciones y actúa en consecuencia, surgirá el equilibrio o la armonía fuente de justicia.

Por lo demás, Platón advierte que ya que la parte más sabia del alma individual y del alma colectiva es la parte racional, las otras partes se comportarán justamente si se dejan asesorar por ella. De aquí que se afirme, en último término, que la verdadera felicidad está en cumplir con los dictados de la razón.

Esta es la conclusión a la que llega el filósofo al final de toda su obra.

La expresa en el pasaje 473 del libro V de su escrito más importante, la

República, al afirmar lo siguiente:

“Si los filósofos no gobiernan la ciudad, o si aquellos a quienes ahora llamamos reyes o gobernantes no cultivan de verdad y seriamente la filosofía, si el poder político y la filosofía no coinciden en las mismas personas y si la multitud de quienes ahora se aplican exclusivamente a uno u otra no se ve con el máximo rigor privada de hacerlo, es imposible que cesen los males de la ciudad e incluso los del género humano”.

-¡Bellas palabras las que han brotado de tu garganta, querido amigo!

Diciendo esto, Platón puso fin a la alocución de su discípulo.

-¿Habrán sido bien comprendidas? Vamos a comprobarlo.

Al instante apareció delante de Gema un cuestionario. En él, además de pedírsele una opinión sobre lo que acababa de oír, se le interrogaba sobre algunos aspectos de la lección para estimar en qué grado había asimilado sus contenidos fundamentales. Gema lo cumplimentó, realizó algunas anotaciones más en su cuaderno y dejó que volviera a intervenir el mayor de los dos hombres.

-Si es menester que sigamos, teclea algún concepto sobre el que quieras que hablemos; si no, haz “clic” sobre el espacio en blanco.

La muchacha tomó esta segunda opción.

-Bien, nos sentimos muy contentos por haber pasado este rato contigo.

Acude a nosotros cada vez que en ti surjan dudas sobre aquellos asuntos más importantes con los que hemos de tratar los pobres mortales. Intentaremos ayudarte.

Gema quiso darles las gracias de alguna manera, pero sus dos amigos desaparecieron de la pantalla del ordenador.

“Supermajos”, se dijo. Luego, salió del programa, desconectó el aparato

y recordó que tenía que llamar a sus amigas para saber si irán a tomar café después de comer.

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